SELECCIONADOS DEL 20 DE NOVIEMBRE - ¡SUERTE!
Juicio a la ligera (de: Frío lento)
Por las noches se daba cita con las criaturas más repugnantes. Con emoción, las oía salir de sus sepulcros, reptar, escalar por paredes y techos. Disfrutaba con los tormentos a los que sometían a sus víctimas, mientras los gritos al desangrarse le producían un efecto embriagador, aunque —en ocasiones— un leve escalofrío recorría su espalda cuando clavaban sus colmillos o hundían sus garras en una presa. De la mano de ellas, descendía por abismos inimaginables, más allá del infierno, hasta las pesadillas más siniestras. Al terminar el aquelarre, luego de un bostezo y estirar los brazos, daba un último sorbo a la taza de té antes de dejar el libro en turno sobre el brazo del sofá e ir a la cama, tras rezar cuantas oraciones y conjuros conocía. No era por miedo que revisaba que la estaca, su pistola y la bala de plata estuvieran en el cajón de la mesa de noche, sino por simple precaución, sin olvidar que el crucifijo bajo el colchón siguiera ahí, lejos de miradas curiosas e indiscreciones que pudieran calificarlo injustamente de cobarde y supersticioso.
El horror sin nombre de las tierras vacías (de: Navegando entre líneas)
Después de mucho tiempo de explorar, encontró la tierra de Orem. Era una llanura sin vegetación ni agua, solo una extensión de tierra dura, imposible de escarbar. Según la leyenda, existía una cúspide en la cual el iniciado podía acceder a la sabiduría eterna. Buscando la elevación, se topó con una de sus congéneres.
—Hermana —le preguntó—, ¿qué clase de lugar es este? Llevo todo el día caminando y no encuentro ni un grano de arroz ni una migaja de pan. Solo sé que estaba en el jardín y de pronto aparecí aquí.
—¡Ja! —exclamó la otra—. Consulté oráculos y adivinos; busqué por mucho tiempo y usted encuentra la tierra de Orem por casualidad…
Al sonido de las voces, acudió una de los suyas que salió de una gruta y las previno:
—Compañeras, debemos salir de este sitio. Estamos de pie sobre una cosa que no podemos comprender. Su voz es tan alta que no podemos escucharla. Nuestros ojos no pueden captar la magnitud de su ser.
Las otras dos se echaron a reír, pero el hombre levantó la mano y se rascó el
rostro, matando a las tres hormigas que habían alcanzado su nariz.
Moral universal (De: Pepe LePew)
A Lady Sommerville, fina dama de linaje victoriano, la sola idea de que exista vida inteligente en otros sitios del universo le parece absurda por ser contraria a las buenas costumbres. Desde su óptica es pavorosa. Está segura de que El creador jamás permitiría que gente tan distinguida como ella pudiera mezclarse con una chusma de antropoides, con bichos deformes o viscosos y otras abominaciones, aunque fueran creyentes y devotos, asunto que pone en duda. A menos –claro está– que existiesen cielos de segunda y tercera clase, tal como corresponde a un Dios visionario y justo, acorde con la moral de una sociedad tan desarrollada como en la que se desenvuelve. Mientras reflexiona sobre el tema, chasquea los dedos, el vehículo se detiene y dos lacayos se apean para abrirle la puerta. Tras una discreta señal, se tienden sobre el charco que arruinaría sus zapatos..
Por las noches se daba cita con las criaturas más repugnantes. Con emoción, las oía salir de sus sepulcros, reptar, escalar por paredes y techos. Disfrutaba con los tormentos a los que sometían a sus víctimas, mientras los gritos al desangrarse le producían un efecto embriagador, aunque —en ocasiones— un leve escalofrío recorría su espalda cuando clavaban sus colmillos o hundían sus garras en una presa. De la mano de ellas, descendía por abismos inimaginables, más allá del infierno, hasta las pesadillas más siniestras. Al terminar el aquelarre, luego de un bostezo y estirar los brazos, daba un último sorbo a la taza de té antes de dejar el libro en turno sobre el brazo del sofá e ir a la cama, tras rezar cuantas oraciones y conjuros conocía. No era por miedo que revisaba que la estaca, su pistola y la bala de plata estuvieran en el cajón de la mesa de noche, sino por simple precaución, sin olvidar que el crucifijo bajo el colchón siguiera ahí, lejos de miradas curiosas e indiscreciones que pudieran calificarlo injustamente de cobarde y supersticioso.
El horror sin nombre de las tierras vacías (de: Navegando entre líneas)
Después de mucho tiempo de explorar, encontró la tierra de Orem. Era una llanura sin vegetación ni agua, solo una extensión de tierra dura, imposible de escarbar. Según la leyenda, existía una cúspide en la cual el iniciado podía acceder a la sabiduría eterna. Buscando la elevación, se topó con una de sus congéneres.
—Hermana —le preguntó—, ¿qué clase de lugar es este? Llevo todo el día caminando y no encuentro ni un grano de arroz ni una migaja de pan. Solo sé que estaba en el jardín y de pronto aparecí aquí.
—¡Ja! —exclamó la otra—. Consulté oráculos y adivinos; busqué por mucho tiempo y usted encuentra la tierra de Orem por casualidad…
Al sonido de las voces, acudió una de los suyas que salió de una gruta y las previno:
—Compañeras, debemos salir de este sitio. Estamos de pie sobre una cosa que no podemos comprender. Su voz es tan alta que no podemos escucharla. Nuestros ojos no pueden captar la magnitud de su ser.
Las otras dos se echaron a reír, pero el hombre levantó la mano y se rascó el
rostro, matando a las tres hormigas que habían alcanzado su nariz.
Moral universal (De: Pepe LePew)
A Lady Sommerville, fina dama de linaje victoriano, la sola idea de que exista vida inteligente en otros sitios del universo le parece absurda por ser contraria a las buenas costumbres. Desde su óptica es pavorosa. Está segura de que El creador jamás permitiría que gente tan distinguida como ella pudiera mezclarse con una chusma de antropoides, con bichos deformes o viscosos y otras abominaciones, aunque fueran creyentes y devotos, asunto que pone en duda. A menos –claro está– que existiesen cielos de segunda y tercera clase, tal como corresponde a un Dios visionario y justo, acorde con la moral de una sociedad tan desarrollada como en la que se desenvuelve. Mientras reflexiona sobre el tema, chasquea los dedos, el vehículo se detiene y dos lacayos se apean para abrirle la puerta. Tras una discreta señal, se tienden sobre el charco que arruinaría sus zapatos..
Paola Tena
03 de December de 2020 / 12:06
03 de December de 2020 / 12:06
Para poder escribir en la Marina, tienes que registrarte como usuario o ingresa.