La Marina de Ficticia
MINIFICCIONES FINALISTAS DE OCTUBRE DE 2020

Tema: El Aleph de Borges, como experiencia de la percepción del universo por parte del protagonista.


Día 1
Tallerista: Carmen Simón

Luces, cámara... ¡Acción!
bebé

De pronto apareció. Todos los gestos y movimientos que el actor había ensayado por semanas para la escena, que tenía lugar en un oscuro sótano, se borraron de su mente. Quienes estaban cerca la vieron y el tiempo pareció congelarse. Con un fulgor casi intolerable, una pequeña esfera tornasolada de unos cuantos centímetros proyectaba innumerables imágenes y parecía girar. El espacio cósmico estaba ahí… Nadie movió un músculo, y el rodaje continuó hasta que se escuchó:

–¡Corte! ¡Fenomenal!, ¡qué bárbaro, se imprime! –exclamó el director.

Los presentes se apresuraron a felicitar al equipo responsable de los efectos especiales por su magnífica labor. Nadie habría esperado que la simulación del Aleph resultara tan vívida y realista.

–Excelente trabajo, Becerra –dijo el director desde la puerta de la cabina–: la toma resultó espectacular .Ya aseguramos dos Óscares, por lo menos.

–¿Qué? –se escuchó una voz opacada por ruidos extraños y maldiciones desde el interior. Rodeado de un enjambre de aparatos, el hombre hacía esfuerzos desesperados por conectar los cables que darían vida al proyector de hologramas –. ¡Pedí que esperaran mi aviso!

***

La persistente levedad del recuerdo
Pseudónimo

Supe que demolían la vieja casa de la calle de Garay, cuando percibí el momento exacto en que la remoción de escombros alcanzó el sótano. Fue como si una ola gigantesca me arrastrara, me diera vueltas, y tras casi asfixiarme, depositara mi cuerpo en la costa. El universo se mudó a otro sitio y a otro tiempo. Su centro ya no está donde solía estar en aquel escalón hacia la oscuridad subterránea. El recuerdo de Beatriz Viterbo lo ocupa ahora otro afán llamado Estela Canto, más tangible, como la arena, las piedras y el rumor de las olas; con mayor luminosidad, como estar en la superficie, y tan inquietante y misterioso como esta playa desierta en territorio desconocido.

***

Reflexiones en ayunas
Simbad

Una luz intensa me hizo abrir los ojos esa mañana. Vi una cortina blanquísima y detrás, la ventana. Me asomé. Vi el populoso mar y en la playa, a la gente pequeña. Vi un barco que venía de China y un avión que iba a no sé dónde. Vi también una cometa y una nube en forma de tortuga; vi cuando resbalé y cuando empecé a caer. Vi a la mujer de mis sueños, la del piso siete, en brazos de un tipo gordo (siempre me pregunté por qué ellos tienen tanta suerte), vi su alacena abierta y una bolsa de frituras. Vi el entrepiso y enseguida, el candil de la cocina de un inquilino que es chef. Vi el omelette que preparaba y recordé que no había desayunado. Vi un bonsái en un balcón y a una paloma que se asustó a mi paso por el quinto nivel. Vi un telescopio apuntando al infinito; vi a una chica desnuda en un calendario en la pared del cuarto piso, y me vi pasar veloz en un espejo del tercero. Vi mi pasado transcurrir en un instante y ropa tendida en la ventana del segundo. Vi a una pareja discutir por un pollo sin piernas en un plato y una botella de ron, vacía. Vi lo bueno que sería vivir en la planta baja, sin peligro de caer. Vi el suelo y las grietas, tan anchas como el Cañón del Colorado; vi hormigas, vi estrellas y sentí una infinita lástima. Entonces recordé a Borges, quien dejó honda huella en la literatura con su Aleph, no tan profunda como la que yo imprimí en el pavimento.

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Día 2
Tallerista: Fernando Tamariz

La otra cara del universo
Pitágoras

Cada vez que lee el relato, afloran recuerdos del velado desprecio e indiferencia que sufrió, de los largos bostezos y frecuentes cabeceos durante las veladas literarias que sostuvieron, y de la desidia y franco desinterés para convencer a un renombrado autor para prologar su libro. Entonces renace su oscuro resentimiento. La misma revelación que lo apartó de su vida, también catapultó al despreciable Borges a la fama y a él, Carlos Argentino Daneri, a un rincón oscuro y olvidado de esa visión portentosa del inconcebible universo capturado en el Aleph.

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La vida en un hilo
bebé

Una luz brillante en extremo me deslumbró en la oscuridad. Al verla aproximarse, pensé que estaba ante el Aleph. Su luminosidad, acompañada de millones de mundos a su alrededor me hicieron imaginarlo. Sentí que el corazón se aceleraba y quedé inmóvil unos segundos en los que creí que el indescriptible universo que Borges reveló, se manifestaba y expandía frente mí a toda prisa. Al acercarse más lo distinguí todo con claridad. O daba un salto de inmediato para librarme, o aquella inmensidad, coronada por un letrero que decía "Salamanca-directo", me convertiría en polvo cósmico a mitad de la carretera.


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Día 3
Tallerista: Jorge Oropeza

Jumanji
Serpico

Desde lo más profundo de la jungla de letras que era ese manuscrito, se escuchó una voz tenue, suplicante. Borges, el personaje envuelto en esa trama inconcebible que redactaba Borges, el autor, le pedía encarecidamente que mostrara algo de misericordia e hiciera un alto. Aquel tropel de visiones sicodélicas en el Aleph lo había llevado más allá de la locura. Pero ahora que había sacado el doble seis, ya se enteraría ese escritor miserable lo que se siente estar atrapado por más de setenta años en un maldito laberinto viendo estrellas, elefantes y mariposas gigantescas salidos de su puño.

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Donde empieza la vida
Black Dot

Recorrí el barrio donde habito desde joven. En una esquina oscura y apartada encontré un Aleph. Dentro de este vi a una mujer. Contemplé mi vida con ella, la fragancia de ese cuerpo al que por pura providencia adoré sin remedio. Descubrí el dolor que sufriría al entregársela a la muerte. Y me vi a mi mismo; viejo, cansado, habituado a la tristeza, mientras mis pasos me llevaban por los mismos caminos de la juventud hasta volver a ese mismo punto. Entonces comprendí que la vida no es sino un acto fortuito, donde nuestra voluntad nada puede decidir.

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Borges en el diván
Pitágoras

Eran mis miedos y fobias lo que la visión me develaba. Mi ignorancia consciente y aquello que no quería saber; lo que no imaginaba querer, lo que temía desear. Eran la desidia y la indolencia que me habían impedido ser lo que pude haber sido; la frustración por el hubiera, ese verdugo tenaz y obstinado. Era el yo –ese ser y no ser tan familiar y omnipresente– que busca su destino. Eran pasado, presente y futuro fundidos en una trinidad inquebrantable. Todo a la vez. Era la vereda que me conducía, sin remedio –a través de un laberinto tapizado con espejos y ventanas, con puertas abiertas, ocluidas y otras apenas entornadas–, al interior de la colmena donde se maduran las mieles de orgullos y triunfos pírricos de nuestra existencia finita. La vida y la muerte, en guerra y amasiato. Era el universo lo que el Aleph me revelaba: la precisión del caos y los confines del infinito. Era la probabilidad de lo imposible; la grandeza de la nada y lo fugaz de la eternidad, tan efímera como la inspiración que me hizo ver aquel prodigio.

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Día 4
Tallerista: Marcial Fernández

Omnis universum
Pseudónimo

Relataba mi abuelo que en los sesentas del siglo pasado, después de haber vivido la experiencia de ver aquel Aleph –esa maravilla incomprensible donde cabe el universo entero– por el que su amigo confesó haber pagado una fortuna, quedo sorprendido y sin palabras para describirlo. Decía que no tuvo más alternativa que sentir una envidia profunda e insana, y desprecio por el poseedor de aquella joya. Luego de luchar contra él durante varios meses, el sentimiento desapareció, justo cuando tuvo la oportunidad de comprar su propio televisor a colores.

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Capacidad de síntesis
Lafitte

La convocatoria del certamen literario proponía como tema "El Aleph de Borges, como experiencia de la percepción del universo por parte del protagonista". Se frotó las manos y se sentó a escribir. Terminó más rápido de lo que había pensado. Con pocas letras resumió aquella excepcional vivencia: "todo".

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Día 5
Tallerista: Daniel Frini

Universos alternos
Simbad

Mientras su primo extendía la mano hacia un punto lejano en el horizonte y le platicaba, Erasmo trataba de imaginar la ciudad, las avenidas, los edificios y mansiones, los jardines verdes y las amplias plazas, la montaña rusa y el mar que había allá, lejos, donde fue un día con su papá. Quizás era pedirle demasiado, algo que ni la bolita de cristal que un día encontró le había, siquiera, revelado. Los cerros áridos, las calles polvorientas, las casas de adobe, cartón y madera, con techos improvisados con lo que había a la mano, en ese pueblo apresado entre montañas, eran el universo que heredó y el único que percibía todos los días. Solamente había algo en ese mundo que iba más allá de ser una mera percepción: el hambre.

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Texto inédito
Pseudónimo

Posdata del trece de junio de 1986. Cuarenta y tres años después de la primera posdata que escribí a los cuarenta y tres de edad, me atrevo a revelar algo más que aquella maravilla me permitió ver. Por temor de que fuera cierto o por la ilusión de su falsedad –no lo sé, por causa de la coincidencia– lo mantuve en secreto para propios y extraños, hasta casi olvidarlo. Una vida más ha transcurrido desde esos ayeres. Otra, diferente o renovada quizás, que me llevó por sendas diversas, bellas y coloridas, tortuosas en ocasiones, hasta este punto, donde ciego y a una jornada del fin del recorrido, veo que se abre un horizonte nuevo, inmenso, luminoso.

Cambiará el universo pero yo no, pensé con melancólica vanidad en cierto momento en esos días, luego de haber visto mi final en un calendario colgado en la pared. Me equivoqué. Sí, todo cambia. La vista se fue después de ver tanta maravilla, el tiempo transcurrió más rápido que mis pasos, la vida terminó de deshilacharse de tanto usarla y para mañana estaré flotando, como uno más de los que disfrutaron de su estancia en este apartado rincón del universo, en la diminuta inmensidad encerrada en los misterios del Aleph que, por lo visto, me dio una segunda oportunidad.

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Jorge y yo
Black Dot

Me acuesto. Veo la esfera, pero nunca lo mismo que él vio. En el centro hay una rueda, un circulo de metal oxidado, es el tiempo que marcha desde atrás hacia adelante y se devora a sí mismo. Veo la rosa magnifica que se marchita y renace. Veo una gota de sangre prendida a una espina, un espermatozoide que fecunda un ovulo, a Adán, a Eva y la serpiente, una puerta abierta al conocimiento. Veo un punto donde se condensa todo incluyendo a los dioses y después lo veo explotar y veo seres simiescos y sus descendientes tratando de explicar de dónde vienen y hacia dónde van. Veo un hongo alzarse y dejar la silueta de hombres vaporizados marcada en la piedra. Veo un eclipse, pirámides hermosas, sarcófagos, veo el pasado y atisbo el futuro y todo, todo esto cambia. No logro darle un nombre, no llego a la comprensión total.
—Es un aleph —dice él.
—Oh —contesto yo aún sin entender.

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Día 6
Tallerista: Daniela Truman

Omnipresencia
bebé

Mi pretensión al escribir El Aleph fue describir el prodigio del inconcebible universo que, a través de la memoria, interpreté y pude plasmar con las mejores imágenes y metáforas que el lenguaje escrito me permitió. La verdadera inspiración del relato –debo confesarlo– fueron las fantasías que construí y el atormentador recuerdo de Beatriz, que hasta en la sopa se me aparecía.

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Déjà vu
Pi

Conforme leía todo le resultaba familiar: El vago recuerdo de un instante, de un destello de luz en un solo lugar y en todos los lugares al mismo tiempo frente a una esfera fulgurante, tornasolada, multicolor, maravillosa e indescriptible, en el centro de donde coexisten el conocimiento de nada y la ignorancia de todo, era una vivencia que sentía tan propia como si la hubiese experimentado en algún momento de su vida que no supo precisar. Hizo una pausa, se quedó pensativo y concluyó que tal vez ocurrió antes de su nacimiento o después de su muerte. Esa era la magia de El Aleph, el vórtice del fractal inagotable de la imaginación, capaz de mover y multiplicar el tiempo y el espacio, y de evocar experiencias, fantasías y sueños expresados a través de las infinitas combinaciones y significados que pueden adoptar las letras y los símbolos plasmados en un libro.

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Sororidad
La ausente

En la soledad de la estancia, sin que nadie estuviera pendiente de ella se dispuso a hurgar con cautela en el cofre prohibido. Le asombró ver en su interior un fruto que desprendía aromas y mieles que la incitaron al mordisco. Temblorosa y con él ya cerca de su boca percibió el raro brillo que desprendía.

Allí estaba en sus manos irradiando un fulgor extraño que, de repente, se encendió en torbellino de imágenes. Y vio un inmenso mar y un cielo limpio, y arboledas frondosas y arroyos templados. A un Dios encolerizado expulsar del paraíso a la primera mujer y a un Adán pusilánime. Vio el desatino y el miedo. A muchachas en esclavitud y varones poderosos, a brujas morir en la hoguera. Vio la insensibilidad de los hombres y a toda la descendencia de Eva padecer el exterminio provocado por el hambre y las guerras.

Entonces, en un acto de hermandad, Pandora mordió la manzana.

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Día 7
Tallerista: Josep M. Nuévalos

Borges y Daneri
Serpico

–Uno, dos, tres… dieciocho y diecinueve escalones. ¿Y ahora, qué?
–Acuéstate en el piso y observa desde ahí. Yo voy arriba a comer algo en lo que tú alucinas por lo que te di a beber. Morirás en vida o vivirás tu muerte, como quieras entenderlo y mejor te plazca. Esa rigidez es pasajera. Lo verás todo, en Technicolor y Cinemascope; lo sabrás todo, como con Google o Wikipedia. No te aflijas, regresarás a la nada, al origen de los orígenes y los tiempos, al útero vacío, en cuyo líquido amniótico renacerás como un escritor que publicará El Aleph, un cuento famoso, visionario y revelador. Nos leemos, ciao Borges. Hasta entonces.

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El enigma de Borges
Humo blanco

Todo estaba encerrado en aquella pequeña esfera que acababa de contemplar. Podía verne yo, mi pasado, presente y futuro, el Big Bang, las galaxias, soles y planetas; moléculas y átomos, los dinosaurios, la humanidad entera y las bacterias, el principio desde la nada y el final de todo, lo conocido y lo inexplicable. Tras la experiencia, ya no hay nada que pueda sorprenderme. Ahora, solo quisiera que alguien me explicase quién diablos tuvo la paciencia para meter tal cantidad de cosas dentro de algo más pequeño que un huevo de paloma y yo, de dónde saqué la audacia necesaria para describirlo.

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Universum in universum
Pseudónimo

Al principio creí ver que el Aleph era una esfera brillante y multicolor, decorada con infinidad de imágenes. A poco, descubrí que su forma era distinta y que había otra adentro de ella. Instantes después, una nueva surgía de la anterior. Primero me pareció interesante y hasta divertido observar aquella progresión interminable. Ese espectáculo, que interpreté como una visión inédita del universo, se transformó luego en algo peor que pesadilla al cabo de quince o veinte matrioshkas encasilladas una en la otra. Solo alguien demente como Daneri habría sido capaz de someterme a esa clase de tortura sicológica que los sádicos rusos, entre ellos Dostoyevsky y su profusa sucesión de personajes, fueron capaces de crear.

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Día 8
Tallerista: Tequila

El titán arrepentido
Simbad

Lo que Prometeo entregó a los mortales fue el Aleph original.

Era el primer paso para que la humanidad dominara a la naturaleza. Surgieron copias, unas auténticas, otras apócrifas y se propagaron por el mundo desde la antigüedad en diversos lugares y épocas, desde el lejano oriente hasta el Mediterráneo, a Mesoamérica y al Perú. En tiempos más recientes se tiene noticia de su aparición en varias ciudades de Europa occidental, Nueva York, Moscú, Tokio y Beiging. Un cuento de Borges ubica también un ejemplar extraviado en un sótano de Buenos Aires.

Bajo la influencia de aquella visión portentosa, que revela la grandeza y pequeñez del universo y del ser humano y hace surgir de éste lo mejor y lo peor de su espíritu, florecieron grandes civilizaciones. Enormes imperios tuvieron su origen y, finalmente, su caída. Lo cierto es que después de milenios, la humanidad no ha sido capaz de dominar a la naturaleza, ni siquiera la propia. Entretanto, Prometeo se pregunta si valió la pena el sacrificio.

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El sutil y delicado arte de sospechar
Pseudónimo

–Al leer El Aleph me asaltaron sospechas –sentenció ante un distraído doctor Watson que hojeaba el diario–. Cuatro cosas llamaron mi atención: la obsesión por Beatriz Viterbo, el desprecio por Carlos Argentino Daneri, la copa de seudo coñac que éste le ofrece a Borges antes de ir al sótano y una frase en particular, lapidaria y reveladora.
–¿Cuál exactamente, Sherlock?
– “Claro está que si no lo ves, tu incapacidad no invalida mi testimonio...”.
–Creo entender: Bajo el efecto del brebaje, la luz filtrada por la rendija en la trampa del sótano, reflejada sobre el escalón y el polvo le produjeron esas visiones, que él interpretó para que coincidieran con las de su amigo y no quedar como un tonto.
–En lo absoluto, Watson.
–Con esas pistas falsas pretendía confundir y así, encubrir el crimen.
–¿Crimen?, ¿cuál?
–El asesinato de Daneri, quien jamás volvió a ver la luz y quedó sepultado en el sótano. ¿Te has preguntado por qué lo instó a aprovechar la demolición de la casa para alejarse de la ciudad? En realidad, quería apartarlo de su vida y quedarse, él solo, como único dueño del recuerdo de Beatriz. Después, lo suplantó, plagió sus visiones y poemas antes de escribir la historia, para cubrir las apariencias. Muy astuto.
–Brillante deducción, Holmes.
–“Cambiará el universo pero yo no”–, remató Holmes con melancólica vanidad, recordando una frase de Borges; la que mejor lo retrataba.

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Futuro
Celecanto

Había vencido a muchos rivales en justa lid. Era el más veloz, el más enérgico y el más apto de los contendientes. Como premio, podía penetrarla. Antes consultó a la bola de cristal qué le depararía esa unión, de llegar a concretarse. Se detuvo frente a la esfera que le manifestó el porvenir: un recién nacido marcado por una enfermedad congénita, un niño al que le tocaría vivir dos guerras antes de los catorce años, un hombre con una esposa controladora, un anciano entre unas cajas de cartón. Ante tales augurios, dio la vuelta y cedió el paso a otro espermatozoide que le conviniera fecundar ese óvulo.

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Día 9
Tallerista: Lucía Casas Rey

Homo hominis lupus
Pseudónimo

En octubre de 1941, después de vivir la experiencia de haber visto el universo y tantas maravillas en el Aleph, en la calle, en las escaleras de Constitución, en el subterráneo, me parecieron familiares todas las caras. Vi ojos, inmediatos e interminables, escrutándose en mí como en un espejo, y yo en ellos. En ese momento percibí la hermandad que nos une: descendientes de un tronco común, herederos de los mismos genes, tan iguales como diferentes.
Fue entonces que temí que no quedara una sola cosa capaz de sorprenderme y me equivoqué. La guerra que se libraba por esos años excedía mi capacidad de asombro y aun cuando, felizmente, al cabo de unas noches de insomnio me trabajó otra vez el olvido, me resistí a aceptar que, de la magnífica sinfonía del universo que admiré, pudieran emerger los sonidos de botas, explosiones y la desgarradora disonancia del dolor humano.

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Última oportunidad
Big Brother

Hay seres que vieron “la luz" en algún objeto, quizás en una estrella o un sol diminuto. Ellos han logrado superar sus circunstancias y trascender.

Otros más afortunados aún, como Borges, se toparon con un Aleph en el sendero y han participado del misterio del universo: van dejando huella en su camino.

Los desventurados que solo tropiezan con piedras en la oscuridad se empeñan en escudriñar cada rincón y cada peldaño de las escaleras que se les cruza al paso.

A mi edad solamente me falta recorrer la escalinata que conduce al infierno.

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Día 10
Tallerista: Tomás del Rey

Sobredosis
Simbad

Ella era su faro en las tinieblas de esas noches sin luna bajo el puente, entre cartones y cobertores raídos. Él había sido su héroe cuando, siendo casi una niña, la había salvado de aquellos drogadictos que pretendían llevársela para jugar. Hasta que un día no la vio más.

Tiempo después, la encontró en uno de los escalones que conducen al infierno. Ya no quiso perderla otra vez. Se aferró a sus recuerdos, la abrazó, y envueltos por un vaho adormecedor, se fundieron en un haz de luz, cálido, brillante y eterno que iluminó por instantes ese otro mundo indescriptible, el oscuro universo donde convergen el abandono, la miseria y la desesperanza.

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El primogénito
Pitágoras

Llevaba meses haciendo un orificio en la pared de piedra para comunicarme con el ocupante del calabozo contiguo. Cuando vi la luz que emanaba del fondo del pequeño agujero pensé que lo había conseguido, al tiempo que me dominaba la envidia. ¡Él podía ver la luz del sol!, de la que yo estaba vedado. Me equivoqué.

Lo que vi en ese hueco era una esfera brillante de dos o tres centímetros de diámetro que iluminó mi encierro. Me quedé pasmado por segundos u horas, no lo sé. Recobré la calma y la esperanza. Vi el universo que estaba afuera, mis sueños e ilusiones, mi vida, la libertad, el conocimiento, el amor, la bondad y la misericordia fundidos en aquella luminosidad surgida de la piedra. Era todo aquello que deseaba y que nunca disfruté, mis anhelos y mi ser en potencia; era el mundo que apenas recuerdo cuando, siendo niño, fui encerrado aquí por órdenes de mi tío cuando murió el rey, mi padre.

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Día 11
Tallerista: Carlos Bortoni

Alivio
Pepe Le Pew

La lectura de El Aleph me infundió una profunda paz interior. Ante mis propias experiencias delirantes de un universo volcado sobre sí mismo, de fuerzas en pugna, de todos los lugares y momentos reunidos en un sitio y un instante, de multitudes reflejadas en mí y yo en ellas, entendí lo que Borges percibió. Supe entonces que no había perdido la cordura, sino que tenía una imaginación desbordada y que tampoco estaba solo. Al deambular por los pasillos de aquella institución, comprobé que, por fortuna, había otros como yo, al voltear y ver los interminables ojos inmediatos escrutándose en mí como en un espejo.

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El Aleph de Pierre Menard
Big Brother

Al despertar de aquel sueño maravilloso era demasiado tarde. Borges ya me había ganado la idea. Como lo hice antes con El Quijote, fue una decisión sencilla. Empuñé la pluma y lo volví a escribir. No era complicado: conocía el camino.

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El faro de Borges
Humo blanco

Era mi luz, mi guía a través de los vendavales y oscuridades de la vida. Cuando falleció, deambulé por años entre las tinieblas hasta el día que volví a verla en aquella esfera –el Aleph– en el sótano de la casa de la calle de Garay. Lo que vi fue maravilloso e increíble: el universo visto desde dentro y afuera, esa perfecta maquinaria celestial en pleno funcionamiento; la vida y la muerte, mi cara y mi verdadero rostro, con sus matices y sombras, el tiempo, el futuro y la historia, aunque debería reconocer que hubo detalles decepcionantes y demoledores, ciertas revelaciones –indiscretas sin duda– que me hicieron ver que debía seguir mi propia estrella y olvidar a Beatriz para siempre.

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Día 12
Tallerista: El águila descalza

Génesis de los recuerdos
Isishayo

Sin un intérprete a la mano, me era difícil entender en el Aleph lo que veía. De la nada había surgido todo: ángeles y demonios, la luz y la oscuridad, los mares y continentes, el cielo y las estrellas, arriba y abajo, el sol y la luna, el día y la noche. Más tarde, plantas y animales, el hombre y la mujer, oriente y occidente, norte y sur, las artes y la técnica, la guerra y la paz, la realidad y los sueños, yo y… Beatriz. De ese todo, no queda más nada que memorias.

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La rebelión de las causas
Pseudónimo

Filósofos, escritores, sicólogos y otros eruditos se reunieron para interpretar la percepción del universo por parte del protagonista en "El Aleph". Fastidiado tras varias horas de debate sin llegar a conclusiones, un reconocido filósofo interrumpió la discusión:

–Señores, dejen atrás las especulaciones, es inútil seguir. Veámoslo desde esta perspectiva: Borges es Borges y su obra fantástica, sin duda una visión reveladora, pero yo soy yo y mi circunstancia, y si no la salvo a ella no me salvo yo. Con su permiso, me retiro. Cada quien tiene su universo, y el mío, maravilloso también, me espera en casa con mi familia, mis libros y pensamientos.

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Día 13:
Tallerista: Laura Elisa Vizcaíno

El genio detrás de los laureles
Pitecantropus

¡Ah!, che Borges, ¿creías que ibas a superarme? Te equivocas, fui mejor que tú y lo demuestro con tus dichos, cuando relatas que comprendiste tu peligro al dejarte soterrar por un loco que te envenenó y que tenía que matarte. Pamplinas, lo mismo que cuando dices que tras sentir un confuso malestar, que atribuiste a la rigidez y no a un narcótico, cerraste los ojos, los abriste y entonces viste el Aleph. Eso, querido amigo, es pura fantasía tuya, inspirada en las visiones y relatos que yo, Carlos Argentino Daneri, inventé para que, bajo mi influencia, alcanzaras la notoriedad que por ti mismo no habías logrado conseguir. ¡Reconócelo!

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Tentación
Humo Blanco

A esa distancia parecía una esfera. Lo que pude ver ahí lo describí con gran cuidado en "El Aleph" y fue al cabo de varios años que logré comprender su significado. Era un círculo perfecto y brillante que giraba sobre su eje y esparcía luz, creando toda clase de ilusiones a su alrededor. Me vi tocado con prendas finas, entre celebridades con una copa de champan y vi también el paraíso. Las maravillas y lugares que admiré estaban al alcance de mi mano si me esforzaba. Eran aquello que conseguiría tener o los sitios a donde podría ir. Todo parecía tan simple; solo era cuestión de enfocarse en reunir algunos millones de monedas como esa.

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Día 14
Tallerista: Mónica Brasca

Puentes de luz
Serpico

Bajo la luz de un crepúsculo que, en Querétaro, reflejaba el plateado brillo de un río en Buenos Aires sobre la Sabana de Bogotá, él debía juzgar un texto que hablaba de la experiencia de Borges, un argentino con sangre anglosajona, española, portuguesa y tal vez uruguaya, que vivió en Argentina, Suiza y España, visto a través de los ojos de un mexicano con aspiraciones cosmopolitas. Hablaba de los microcosmos que se entrelazan como un fractal interminable, expandiéndose de la nada al infinito, de la visión de un universo que contiene todos los tiempos y lugares, todas las caras, todos los números y lenguas; la luz y la oscuridad, de lo que parecería imposible. Era un intercambio sustentado en la riqueza y la versatilidad del lenguaje que compartían y sus significados. A medida que transcurría la conversación, ojos inmediatos se escrutaban entre sí como en un espejo, hasta que ocurrió el milagro de la comunicación. A través del tiempo y la distancia, los tres lograron entenderse.

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Borges bajo la lupa
Pi

–Che, ¿vos terminaste de leer "El Aleph”?
–Sí, ¿por qué?
–Para saber si coincidís conmigo. ¿Qué te pareció?
–Aburrido, rebuscado. Me gusta más el Super Bowl.
–¿Me estás cargando?¿Lo decís en serio, boludo?
–¡Claro! ¿Por qué dudás?
–Porque me parece una comparación ridícula.
–El Super Bowl es más que el Aleph ese. Mirá: vos podés ver desde todos los ángulos el populoso mar y la playa que está cerca del estadio, pero también los autos, la ciudad, las multitudes de América, los hinchas abarrotando las gradas, los colores, las porristas; sentís la emoción y disfrutás cada momento y, encima, te pasan repeticiones de lo más importante. Desde que empieza, ves el día, el crepúsculo y la noche; interminables ojos escrutando cada movimiento y ni qué decir del espectáculo de medio tiempo. ¡Es un derroche de luz, música, imaginación y buenas vibras! Es algo mortal y se repite cada año. Todo desde un sillón del living frente a la tele, en pantalla gigante.
–Pero mirá que sos chanta, che. Acordate de que es uno de los temas del examen de mañana.
Qué vas a poner en tu crítica literaria?
–Que si Borges hubiera tenido la oportunidad de vivir una final así, el chabón se habría hecho fan en lugar de seguir acordándose de la mina esa, después de tantos años. Ni Dante se enganchó así con su Beatriz.

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Día 15
Tallerista: Patricia Mejías

Addendum
Simbad

Ese miércoles, antes de que Daneri cerrara la trampa del sótano, alcancé a ver la hora. Eran las siete menos cuarto. Cuando regresó, miré instintivamente el reloj y no habían transcurrido siquiera treinta segundos. No pude explicarme que en tan poco tiempo hubiese sido posible ver tanta maravilla. Había sido un increíble y portentoso recorrido a través del tiempo y el espacio. Después de salir de aquel agujero, intercambiar palabras y despedirme como lo narré en mi relato, fui hasta al subterráneo, donde todas las caras me parecieron familiares y temí que no quedara una sola cosa capaz de sorprenderme, pero estaba en un error. Al acercarme a casa una hora después, el corazón me dio un vuelco. Una mujer que decía ser mi esposa, junto a dos niños que lloraban a su lado, daba pormenores a la policía de mi desaparición desde el día anterior. Entonces caí en la cuenta de que mi interacción con el Aleph había alterado el funcionamiento de la fina maquinaria del tiempo y me preocupé: era jueves y llegaría tarde a la reunión del Club de Escritores. Pasé de largo y apreté el paso, mientras pensaba cómo zafarme de esos intrusos en mi nueva vida cuando regresara.

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La canica azul
Pitágoras

Cuando Pablo y yo nos adentramos en aquella casa que demolían en la calle de Garay, vimos esa pequeña esfera al mismo tiempo y ambos saltamos tras ella. En la lucha, lo vencí y se la arrebaté. Al tenerla en mi mano, quedé admirado por su redondez y tersura; parecía maravillosamente azul y de todos los colores a la vez. Al verla a contraluz me deslumbró más que el sol a sus espaldas. Entonces lo vi: era un mundo girando alrededor de todos los orbes y éstos volcados en él; nubes y tormentas y sentí los vientos; eran paz y guerra, treguas entre la vida y la muerte, reencarnación y resurrecciones. Era yo, y tú, él, ellos y éramos nosotros y era Dios y todos los dioses, todos en uno solo y uno en todos. Eran amor y odio y todas las pasiones, era bondad y negrura, materia y energía; el caos infinito y el orden absoluto. Era el equilibrio, luz y oscuridad en armonía, el tiempo y la prisa, la calma y la angustia. Eran la historia y la fantasía, la realidad y la ilusión. Asustado, la tiré a sus pies y corrí sin parar hasta mi casa. Han pasado muchos años y aún me tranquiliza saber que mi amigo está seguro y tiene buena compañía donde yace desde entonces.

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Día 16
Tallerista: Josep M. Nuévalos

Antes de la ceguera
Black Dot

Se hizo la luz y pude observar una esfera de tamaño limitado en donde, de manera improbable, cabía el universo entero. Al dar vueltas mostraba los posibles futuros, un número indescifrable cuyo total era el monto de granos de arena. Vi el nombre de todas las cosas. También a aquellos a los que con razón o por vanidad desprecié. Vi el faro de Alejandría y sus altos muros, vi los rascacielos de las urbes modernas que ansían rasgar la bóveda celeste. Vi mis huesos blanquearse en el desierto y las osamentas enterradas en Palenque. Busqué a la mujer que amaba, pero su rostro era la Muerte y todo ser que lo contempla pierde la vista y, en ocasiones, la razón.

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Destino
Celecanto

Decidieron que su especie favorita sería la responsable de cultivar las perlas. Se depositó en los individuos un grano de arena cósmica, un estorbo que obligara al sistema inmunológico a generar aquella sustancia nacarada que, por capas y a lo largo de los años, recubriera el objeto extraño hasta convertirlo en un rutilante tumor. El oriente, ese brillo tornasol que fungía como reflector, iluminaba las láminas con escenas de guerras, hambrunas, desastres naturales, rompecabezas de corazones eclosionados, helechos que soñaban con flores, y embriones secos en espera de un útero. Mientras maduraba y se acumulaban las imágenes en su interior, la humanidad sufría para que los dioses cosecharan los alephs.

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La teoría del todo
Simbad

Lo que tenía ante sus ojos no era otra cosa que el universo de las probabilidades: lo que pudo ser, lo que es factible que sea y lo que sería posible en cualquier momento y lugar del cosmos. Todas las combinaciones –infinitas– del azar, definidas por una simple ecuación que hermanaba tiempo y espacio, materia y energía. Ahora, solo le falta encontrar dónde encajan el conocimiento y el espíritu en ese rompecabezas. Algún día, cuando lo consiga, habrá descifrado por completo el enigma del Aleph.

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Fricciones
Diletante

En silencio, inmune a los reproches de la mujer, él colocaba sus cosas dentro de una valija. Ella pedía explicaciones y le recordaba, a los gritos, que esa noche tenían un compromiso. Por un momento el hombre levantó la vista y la miró de frente. En el destello de sus ojos grises, ella percibió el desprecio. A continuación, como en un caleidoscopio vertiginoso, vio proyectarse en sus pupilas todas las imágenes de su vida juntos. Se vio a sí misma vestida de encaje blanco y a él abrazándola, enamorado. Un poema cursi, el primer café, aquel crucero, los hijos negados, los baños de mar, las llegadas tarde, los viajes por el mundo, los congresos para él solo, la falta de caricias, el olvido de fechas y regalos, la indiferencia de los últimos años. Vio, en ese acto mecánico tantas veces repetido, que él no elegía qué llevarse: reunía en su equipaje todo el universo posible. Y comprendió que, si bien aún seguía allí, ya se había ido para siempre.

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Möbius
Pseudónimo

Con la intención de ir más allá que Borges, me adentré en él. Recorrí el sendero sin encontrarle principio ni fin, anverso ni revés. En el camino encontré a Adán y Eva, a Moisés y a todos los profetas, a Confucio, a Sócrates y Platón. Dialogué con Buda y Jesús, con Vishnu y Shiva. Tropecé con Agustín de Hipona y Tomás Moro y aterricé a los pies de Kant y Nietzsche. Freud y Sartre me tendieron la mano, y Heidegger me ayudo a retomar el camino y a entender que lo que veía en el Aleph, no era sino lo que el espejo me ocultaba: mi propio ser, mi tiempo, el universo que habita en cada uno de nosotros. Era yo en todas mis proyecciones y existencias, en todos los tiempos y lugares, y todos los momentos y rincones en mí, frente a mí, a mi alrededor y yo en ellos. Era un camino donde el comienzo es final, y que inicia en cualquier parte de la ruta, el lugar geométrico del todo y de la nada

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Día 17
Tallerista: Carlos Martín Briceño

El vecino de enfrente
Sérpico

Supe que el inquilino de aquella casa se mudaría al día siguiente antes de que la demolieran para ampliar el local de Zunino y Zungri, donde solía ir algunas tardes. Estaba oscuro y de pronto, desde mi recámara, vi a través de la cortina cómo una luz muy intensa inundaba el interior a la medianoche. Intrigado, crucé la calle y me asomé por una de las ventanas. La luz se filtraba desde el suelo, cerca del comedor, donde sospeché que habría una entrada a un sótano, algo usual en esas casas antiguas. En las paredes danzaban toda suerte de imágenes que nacían debajo de las uniones del piso de madera. Toqué a la puerta y al notar que estaba abierta, entré. Apenas llegué caminé con sigilo hasta la trampa que comunicaba al subsuelo y reinó de nuevo la oscuridad. Solo alcancé a ver una persona que sostenía algo en la mano mientras reía y gritaba como poseída: “Ja, ja, ja, lo logré, ¡lo logré!, ¡por fin pude ahuyentar a ese maldito Borges! ¡Gracias, Aleph!

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Palabras para lo indescriptible
Pitecantropus

La esfera fue creciendo hasta engullir a Borges y a todo lo que había alrededor de él: la casa, la calle de Garay, la ciudad, el planeta, y se expandió hasta cubrir el universo. Todo quedó abarcado por el Aleph y, al mismo tiempo, estaba afuera, como dentro de un saco transparente con la boca abierta, donde la probabilidad de estar en el interior o en el exterior era la misma y a la vez, igual que no existir –como si fuera tan sencillo definir ese espacio y tiempo infinitos como un lugar o un momento–, donde materia y energía, tiempo y espacio, espíritu y conocimiento no se crean ni se destruyen, solo se transforman y donde todo es posible, hasta la existencia de la nada.

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Día 18
Tallerista: Elisa de Armas

El trato de Borges
Big Brother

En él vi la luz, el universo y sus maravillas y misterios. Tuve la oportunidad de admirar por anticipado lo que otros ven hasta que mueren. Pasado el tiempo me fue requerido un primer pago y perdí la vista. Me pregunto si valió la pena. Creo que sí, porque estaba predestinado a quedar ciego por herencia paterna y ya que, como al término de todo contrato, irremisiblemente habría de llegar esa factura que solo puede pagarse con la vida, el finiquito no sería tan oneroso. Y corrí con suerte. Aun después de haber muerto, sigo vivo en El Aleph.

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El párrafo ausente
Pseudónimo

Sí, el olvido me trabajó por un tiempo, pero al cabo de unos meses me asaltaron las dudas, y las preguntas. En mi cabeza volvían a repetirse aquellas imágenes reveladoras y crudas, tan bellas y placenteras como inquietantes que vi en el Aleph. Consulté al doctor Ranieri, reconocido psicólogo que tiene su consultorio en Tagle, cerca de Las Heras. Tras varias sesiones en el diván, me aseguró que eran imágenes oníricas que seguramente tuve al haberme dormido en la oscuridad de aquel sótano. No me convenció y acudí al doctor Fernández Calva, otro prestigiado especialista que atiende en Paseo Colón, frente al Parque Lezama, quien sugirió que me sometiera a hipnosis. Lo hice, no sin cierta reticencia, y su dictamen fue demoledor. No se explicaba cómo había sobrevivido a la experiencia de la muerte. Yo tampoco, pero estoy aquí, escribiendo estas últimas líneas frente a una robusta máquina Remington de manufactura reciente, sobre la mesa de roble de mi estudio, en este mundo maravilloso en el que habito y donde –para mi fortuna– no existen Daneri ni Beatriz, personajes que han quedado atrás, junto a las cenizas de las que resurgí aquella tarde en el sótano de la vieja casa de la calle de Garay.

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Día 19
Tallerista: Fernando Pérez-Cárdenas

El parque de atracciones
Serpico

De entre las visiones de unicornios, elefantes y enormes mariposas en el carrusel de letras que era ese manuscrito, se escuchó una voz tenue, suplicante. Borges, el personaje envuelto en esa trama inconcebible que redactaba Borges, el escritor, le pedía encarecidamente que mostrara algo de misericordia e hiciera un alto. Aquel tropel de visiones sicodélicas en el Aleph era peor que ir a bordo de un vagón de la montaña rusa. Padecía de vértigo.

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Escape de la luz
Gesel van God

Durante el día era imposible: había vigilancia por doquier. En la oscuridad, la luz enceguecedora que estaba encima de la torre lo veía y lo sabía todo. No había rincón que no estuviera expuesto a ella, ni persona que pudiera sustraerse a su escrutinio. Era preciso encontrar la forma de hacerse invisible a ella. Lo conseguimos luego de soltar varias ratas a las que atamos tazas y platos de lámina. Mientras la luz apuntaba en todas direcciones y los guardias se ocupaban de peinar la superficie buscando el origen de los ruidos, seis compañeros y yo escapábamos por un túnel de aquel siniestro campo de concentración. Al día siguiente, la experiencia de ver la luz verdadera y el universo surgir detrás del horizonte fue indescriptible, tan deslumbrante y maravillosa como la libertad.

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Cuantos y cuentos
Pitágoras

Al terminar de leer el relato de Borges recordó una frase que se grabó en su memoria: “Todo lenguaje es un alfabeto de símbolos cuyo ejercicio presupone un pasado que los interlocutores comparten”. Comprendió entonces que el Aleph es el centro de la conciencia universal, que se proyecta a través de la infinidad de facetas de un poliedro que a simple vista semeja una esfera y se nutre de lo que se filtra a través de ellas, donde el centro está en todas partes y la circunferencia, en ninguna. Entendió que la nada y el todo son una misma entidad y que la probabilidad de que suceda lo imposible jamás es nula. Aunque lo que leyó ocurría en un cuento, aquella trama, bordada sobre la fina red del continuo espacio-tiempo y escrita con el alfabeto de símbolos de la física cuántica, le era extrañamente familiar.

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Día 20
Tallerista: El último Abencerraje

La visión
Simbad

Era como un sueño, como verse reflejado en un espejo que abarca todas las perspectivas y todos los tiempos. Era como sentir la tibieza de un cuerpo amado en demanda de caricias y la delicadeza de unos dedos surcando geografías. Era experimentar la alquimia de una embriaguez sutil recorriendo uno a uno los sentidos, como abandonarse a los designios de una corriente subcutánea. Era como poner el fuego a disposición del hombre y a éste a la voluntad del viento. Era entender que puede verse más allá de lo que perciben los ojos y que no siempre es necesario ver para poder creer.

Cuando aquella luz estuvo frente a mí, descubrí mi rostro y me vi reflejado en él con más detalles de los que creía conocer. Al darle la espalda, vi mi sombra, mi lado oscuro, mi ausencia y lo que sería el mundo sin mí.

Entonces comprendí la vida, el universo, y todo aquello que ahora ocupa mi cabeza y que me es difícil expresar, a menos que yo tuviese la habilidad de Borges. Y si así fuere, escribiría un cuento titulado “El Aleph”.

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El encuentro
Pseudónimo

Nada de lo que leí en aquel cuento que relata la visión de un universo en miniatura, de caras que miran simultáneamente a los cuatro puntos cardinales y de espejos que se proyectan hasta el infinito me pareció desconocido. Cada vez que escudriño tus ojos interminables me veo reflejado en ellos y tú en los míos, inmediatos y tangibles, tan cercanos como el pasado, tan despreocupados como el presente, lejanos como el futuro. Tras descubrir mi propia imaginación y fantasía, me sorprende esta nueva habilidad para traspasar los muros y los años, los pensamientos, las miradas, ver en la oscuridad, y esta curiosa impermeabilidad y transparencia.

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Salto al vacío
Bebé

Sonaba atrevido describir con palabras las maravillas y misterios del universo gestado dentro de un microcosmos, volcado hacia el exterior, como reflejo uno del otro, reseñar un viaje más allá de las fronteras de la imaginación, emprender el relato de una la travesía por mares y eras, por tierras y planetas ignotos, por la fantasía y la realidad entreveradas, por los telares donde se teje la trama del tiempo.

Para su fortuna, las letras del alfabeto, que inician con la digna heredera de la sagrada Aleph, no conocen de límites. Emprender esa aventura es un privilegio que solo el lenguaje, en manos de alguien como él, podía permitirse sin riesgo a morir extraviado o hecho polvo en el intento. Fue entonces cuando Borges tomó la pluma y empezó a escribir.

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La gruta
Humo blanco

Una extraña fuerza lo guio hasta el agujero, otra más lo tiró hacia el interior y cayó. Estaba en una caverna estrecha y larga. Al caer la noche, notó que del fondo de aquel pasadizo provenía un ligero resplandor que aumentaba al acercarse, hasta que llegó a un borde donde vio que se abría una pequeña cámara donde flotaba una esfera deslumbrante que se transformó en una nube luminosa mientras aquel espacio se expandía hasta el infinito. En ella estaba el universo, las nebulosas, galaxias, supernovas y quásares, los soles y planetas. En un instante vio todo y entendió el misterio de la eternidad. Era el cosmos dentro de sí mismo, el tiempo y el espacio, la materia y la energía en continua transmutación, reinventándose. Percibió con claridad que ahí estaba él y la humanidad, como reflejados en un espejo. Ahí estaban también la historia y el porvenir, el génesis como metáfora del inicio de un nuevo ciclo y el apocalipsis como su fin.

Comprendió que para entonces una nueva creación vendría. Al regresar a la superficie vio el cielo, la luna, las estrellas y la nada llenando los intersticios. Todo lucía distinto a pesar de ser igual. Fue en ese instante cuando entendió la fragilidad de los hilos que mantienen el equilibrio en el universo..
Coordinación de La Marina 2020.
04 de November de 2020 / 18:03
MINIFICCIONES FINALISTAS DE OCTUBRE DE 2020 04 de November de 2020 / 18:03
Coordinación de La Marina 2020.
 

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