Selecciones del día 18 de octubre
El trato de Borges, de Big Brother
En él vi la luz, el universo y sus maravillas y misterios. Tuve la oportunidad de admirar por anticipado lo que otros ven hasta que mueren. Pasado el tiempo me fue requerido un primer pago y perdí la vista. Me pregunto si valió la pena. Creo que sí, porque estaba predestinado a quedar ciego por herencia paterna y ya que, como al término de todo contrato, irremisiblemente habría de llegar esa factura que solo puede pagarse con la vida, el finiquito no sería tan oneroso. Y corrí con suerte. Aun después de haber muerto, sigo vivo en El Aleph.
***
El párrafo ausente, de Pseudónimo
Sí, el olvido me trabajó por un tiempo, pero al cabo de unos meses me asaltaron las dudas, y las preguntas. En mi cabeza volvían a repetirse aquellas imágenes reveladoras y crudas, tan bellas y placenteras como inquietantes que vi en el Aleph. Consulté al doctor Ranieri, reconocido psicólogo que tiene su consultorio en Tagle, cerca de Las Heras. Tras varias sesiones en el diván, me aseguró que eran imágenes oníricas que seguramente tuve al haberme dormido en la oscuridad de aquel sótano. No me convenció y acudí al doctor Fernández Calva, otro prestigiado especialista que atiende en Paseo Colón, frente al Parque Lezama, quien sugirió que me sometiera a hipnosis. Lo hice, no sin cierta reticencia, y su dictamen fue demoledor. No se explicaba cómo había sobrevivido a la experiencia de la muerte. Yo tampoco, pero estoy aquí, escribiendo estas últimas líneas frente a una robusta máquina Remington de manufactura reciente, sobre la mesa de roble de mi estudio, en este mundo maravilloso en el que habito y donde –para mi fortuna– no existen Daneri ni Beatriz, personajes que han quedado atrás, junto a las cenizas de las que resurgí aquella tarde en el sótano de la vieja casa de la calle de Garay..
En él vi la luz, el universo y sus maravillas y misterios. Tuve la oportunidad de admirar por anticipado lo que otros ven hasta que mueren. Pasado el tiempo me fue requerido un primer pago y perdí la vista. Me pregunto si valió la pena. Creo que sí, porque estaba predestinado a quedar ciego por herencia paterna y ya que, como al término de todo contrato, irremisiblemente habría de llegar esa factura que solo puede pagarse con la vida, el finiquito no sería tan oneroso. Y corrí con suerte. Aun después de haber muerto, sigo vivo en El Aleph.
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El párrafo ausente, de Pseudónimo
Sí, el olvido me trabajó por un tiempo, pero al cabo de unos meses me asaltaron las dudas, y las preguntas. En mi cabeza volvían a repetirse aquellas imágenes reveladoras y crudas, tan bellas y placenteras como inquietantes que vi en el Aleph. Consulté al doctor Ranieri, reconocido psicólogo que tiene su consultorio en Tagle, cerca de Las Heras. Tras varias sesiones en el diván, me aseguró que eran imágenes oníricas que seguramente tuve al haberme dormido en la oscuridad de aquel sótano. No me convenció y acudí al doctor Fernández Calva, otro prestigiado especialista que atiende en Paseo Colón, frente al Parque Lezama, quien sugirió que me sometiera a hipnosis. Lo hice, no sin cierta reticencia, y su dictamen fue demoledor. No se explicaba cómo había sobrevivido a la experiencia de la muerte. Yo tampoco, pero estoy aquí, escribiendo estas últimas líneas frente a una robusta máquina Remington de manufactura reciente, sobre la mesa de roble de mi estudio, en este mundo maravilloso en el que habito y donde –para mi fortuna– no existen Daneri ni Beatriz, personajes que han quedado atrás, junto a las cenizas de las que resurgí aquella tarde en el sótano de la vieja casa de la calle de Garay..
Circe
29 de October de 2020 / 07:01
29 de October de 2020 / 07:01
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