Sembrado en medio de la serranía, es un sitio hermoso y pintoresco que solo tiene tres estaciones: la de lluvias, el invierno y la del ferrocarril. Fue apenas el año pasado que vimos por primera vez a ese extraño visitante. Recuerdo que era un jueves cuando llegó por el oriente una soleada mañana. Paseó en silencio con toda tranquilidad por las callejuelas empedradas y plazas, recorrió las fachadas, como intentando impregnarse de sus colores, visitó la iglesia y llegó hasta el campanario, exploró los tejados, escudriñando con curiosidad cada rincón hasta llegar al bosque. Continuó su andar y se alejó hasta perderse por la tarde entre las montañas para nunca más volver. Al igual que a otros turistas ocasionales, mucho me temo que al verano no le acomodó bien el clima de este lugar.